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Que no se pierda la esperanza: La salud mental, prioridad absoluta

La grave crisis que vivimos no nos puede arrebatar la esperanza. El riesgo cierto que entraña esta pandemia de crear un clima dominante de angustia, de ausencia de alegría, de falta de horizonte, de desesperanza en definitiva, nos pone sobre aviso de la urgente necesidad de atender adecuadamente la salud mental de la personas.

La política, entendida como debe ser entendida, esto es, orientada a mejorar la vida de las personas, tiene la obligación de ofrecer soluciones inmediatas a este problema tan acuciante: la salud mental. Eso es precisamente lo que busca la Proposición de Ley que ha registrado esta semana en el Parlamento Vasco el grupo Elkarrekin Podemos-IU.

Somos seres vulnerables. Esta pandemia no ha hecho sino recordárnoslo. Nos ha puesto frente al espejo de nuestra propia naturaleza y nos ha recordado que, con todo nuestro potencial y por muchos avances tecnológicos que seamos capaces de alcanzar, nuestros cuerpos y nuestras mentes necesitan cuidados. Somos seres interdependientes, nos necesitamos unas a otras; los vínculos, los afectos, la comunidad nos ofrecen seguridad y bienestar.  

Pero parece que caminamos en sentido contrario, nos encontramos con un mundo demasiado centrado en el progreso material, el individualismo, la competitividad, la autosuficiencia, ingredientes todos ellos imprescindibles para sostener el actual modelo socioeconómico neoliberal y capitalista. Esto implica miles de personas aisladas sufriendo en silencio, sin red.  

Parafraseando a Pedro Miguel Echenique, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, y actualmente presidente del Donostia International Physics Center, “necesitamos ciencia y conciencia”. Hoy, esa conciencia de vulnerabilidad que hemos debido asimilar a marchas forzadas durante esta crisis está dejando huella.

La crisis de la COVID19 ha acentuado el ya de por sí característico clima de incertidumbre de la era digital, y ha provocado en mucha gente estados de ánimo cargados de miedo, tristeza, ansiedad, frustración, impotencia, desesperanza.

No descubrimos nada nuevo al apuntar que la pandemia ha sacudido la salud mental de la población y que, por ejemplo entre los jóvenes, han aumentado de manera alarmante los intentos de suicidio. En menores de edad los problemas de salud mental se han incrementado un 108% entre 2019 y 2021, y la OMS predice que en el año 2030 la depresión será la principal enfermedad en el mundo y que aproximadamente el 25% de la población tendrá algún problema de salud mental a lo largo de su vida. Actualmente, diez personas se quitan la vida cada día en España, habiéndose producido un aumento significativo en los últimos años (bastante superior entre mujeres que entre hombres). Euskadi figura entre las comunidades con el incremento más significativo en el número de suicidios.

Fue precisamente una chica vasca la que nos sacudió las conciencias con su suicidio en plena pandemia, dejando programados una serie de tuits que vieron la luz después de haber llevado a cabo una acción de la cual venía avisando hacía tiempo; se quitó la vida pidiendo una ayuda que no se le supo dar. En esos tuits criticaba la mala atención que había recibido, pedía recursos, y denunciaba así, de la manera más dolorosa posible, la nefasta situación de nuestros servicios de atención a la salud mental.

Es un hecho que España suspende en prevención. Las personas afectadas directamente y sus familiares llevan tiempo avisando de que no estamos preparados, que hay que romper tabús, que hay que hablar de ello, saber escuchar, prevenir y acabar con estigmas injustos. A nuestra sanidad pública le faltan recursos y capacidad de seguimiento y atención adecuada. En España, sólo cinco de cada 100 euros invertidos en sanidad van para salud mental, por los siete de media europea (ocho y once respectivamente en Francia y Alemania). En contraste, el 40% del gasto en sanidad fue farmacéutico, con un incremento extremo en el consumo precisamente de psicofármacos. Además, España es el único país de nuestro entorno que no tiene un plan nacional de prevención del suicidio, contamos con una estrategia de salud mental obsoleta, y somos el único país de la Unión Europea sin especialidad en psiquiatría de infancia y adolescencia.

Por todo ello es por lo que desde Elkarrekin Podemos-IU hemos presentado una Proposición de Ley en el Parlamento Vasco, porque necesitamos integrar adecuadamente la atención a la salud mental en nuestro sistema de salud pública o de lo contrario sólo las personas con más recursos económicos tendrán posibilidad de recibir una atención terapéutica de calidad. Un plan integral que incorpore una mayor inversión pública en Osakidetza donde se prime la prevención para no sufrir casos extremos derivados de diagnósticos tardíos; que incluya un reforzamiento del seguimiento psicológico, priorizando los tratamientos de largo recorrido que den herramientas de gestión suficiente a las personas; y finalmente incluyendo una función pedagógica y educativa hacia la sociedad para acabar con el estigma. La depresión o los problemas de salud mental nunca debieran ser motivo de vergüenza ni provocar en las personas que los sufren sentimientos de culpabilidad.

Algunos colectivos resultan especialmente vulnerables, algo que todavía ha sido más patente en las particulares circunstancias que ha impuesto la pandemia: jóvenes, mujeres, personas en situación de precariedad económica o exclusión social, los propios profesionales del sector sociosanitario que llevan durante tanto tiempo trabajando en primera línea… Pero nos afecta a todas y todos. Así, la sensibilidad que desde la política debemos mostrar hacia el problema de la salud mental es algo que trasciende a lo individual. Estamos ante un problema colectivo que tiene mucho que ver con el modelo de sociedad que aspiramos a construir.

Una definición recurrente de depresión la vincula a la ausencia de esperanza. Salvador Simó, co-director de la Cátedra de Salud Mental de la UVic-UCC, explica que esa ausencia de esperanza a nivel personal nos lleva a situaciones de hastío y vacío, y por ello podemos caer en la desesperación y en la depresión, en el suicidio en su forma más extrema. Pero va más allá al afirmar que, a nivel social, favorece el auge del fascismo. La creciente desesperanza es uno de los grandes males contemporáneos. A propósito de la llegada de Trump a la Casa Blanca, Chomsky explicaba que la gente le había votado por desesperanza. De ella se aprovechan quienes funcionan políticamente a través del bulo, la desinformación y la crispación.

La esperanza es una gran fuerza colectiva, no nos podemos permitir perderla, ni individual ni socialmente. Y es algo que cobra una especial importancia en aquellos períodos de crisis, cuando a los seres humanos nos domina el miedo. Todas las crisis de gran envergadura (y la que estamos atravesando, lo es) tienen un doble potencial: una salida en negativo, que se aprovecha de la frustración y aboga por el sálvese quien pueda, donde sólo unos pocos ganan; y otra en positivo, constructiva, que identifica los déficits y las enseñanzas que la crisis nos deja, que atiende a lo común y que plantea una salida sin dejar a nadie atrás.  

En una comunidad nos cuidamos entre nosotras, atendemos a lo que nos une, a nuestros vínculos, a nuestras necesidades. Construimos vidas dignas de ser vividas, vidas buenas. Alegría y bienestar funcionan casi como sinónimos, y eso es algo valioso a tener en cuenta en este momento histórico en el que tan necesario nos resulta reconstruir un nuevo Estado del bienestar. La Ley de salud mental presentada por Elkarrekin Podemos en el Parlamento Vasco puede ser una herramienta eficaz.
 
Decía Almudena Grandes que la alegría es un arma superior al odio y que las sonrisas son más útiles y más feroces que los gestos de rabia y desaliento. Y decía más:

“No existe trabajo, ni esfuerzo, ni culpa, ni problemas, ni pleitos, ni siquiera errores que no merezca la pena afrontar cuando la meta, al fin, es la alegría”.

 PODEMOS Ahal Dugu

Pilar Garrido

31 Enero 2022

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